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El individuo y su entorno

Coinciden hoy, casi diría que gracias a Proust, dos fiestas que me sirven para divagar, entrecruzando sus significados y haciendo una rápida crítica. Hace setenta y un años, la voz metálica y exaltada del locutor Fernández de Córdoba daba el último parte de guerra a través de las ondas de RNE. «Cautivo y desarmado el Ejército Rojo…». Después de tres años, podían poner en marcha el nuevo Estado en todo el territorio español.

Pero también es Jueves Santo, día en que el cristianismo celebra la institución de la Eucaristía; y día en el que se entiende además que Jesucristo instituyó el sacerdocio para su Iglesia.

El Estado y el clero han tenido siempre una relación muy intensa. Y no hablo sólo de que Franco tuviera el «privilegio de presentación», por el que tenía la última palabra sobre el nombramiento de obispos en España. No. La cosa va un poco más allá. La política es el oficio de los fideístas, es el precipicio final de los idealistas. No encontraréis mucha gente práctica en esos huertos.

El sacerdocio político consiste en consumir la vida proyectándola hacia una idea socioeconómica, cuya esencia inalcanzable provoca una continua frustración. Tras el régimen político, sustentándolo, está siempre el sistema, que es una maquinaria imparable, sustituta en todo de las relaciones hombre-hombre. El sistema capitalista ha colocado un montón de dinero en cada lado de la balanza y ha dejado al hombre como mero espectador. El capitalismo es ya perfecto en sí mismo, en el sentido de que es capaz de sucederse a sí mismo indefinidamente. El régimen político pro-capitalista, por su parte, intenta siempre remediar sus efectos negativos, que son consustanciales al capitalismo.

Por lo tanto, el sistema capitalista tiene consecuencias funestas para el hombre que los regímenes se afanan en ocultar. Pero todo esfuerzo será en vano. Aquél lema de que «el sistema no tiene fallos, el fallo es el sistema» cobra fuerza. Remediar lo destructivo del capitalismo sería privarle de su esencia y del motor de su existencia; una corrección en ese sentido conlleva la completa reformulación del sistema político.

Por eso no deben sorprender las medidas de esos regímenes para mejorar el sistema: ¡tal es su función! Procuran que no arrase con todo, pero nunca llegan más allá del maquillaje.

La apuesta política del hombre antiguo (aristócrata, anarco, hombre absurdo, señor, librepensador, élite; y así hasta el «gran hombre» de Léon Degrelle) debe alejarse de toda la batahola burocrática y funcionarial. Debe ser un proyecto vital de construcción fisiológica. Hay que filosofar con el propio cuerpo, ya está bien de teorías. ¿No querían a Nietzsche junto al fascismo? Pues toma dos tazas. La práctica política tiene dos ámbitos fundamentales sin los que no es posible ninguna propuesta seria y realmente alternativa al capitalismo: el individuo y su entorno inmediato. Son la persona y los que conviven con ella quienes tienen en sus manos hacer vida distinta a la oficialista.

Apenan los grupúsculos cuya máxima aspiración es abrir una brecha entre derechas e izquierdas del sistema. Como si ganar unas elecciones lo significara todo. España se convirtió en república por unas y el pueblo seguía siendo monárquico. Aznar tuvo mayoría absoluta y ya no quedaba quien le aguantara.

Así hemos pasado cuarenta años: intentando sacar diputados en unas elecciones. Y así podemos pasar veinte más, cincuenta más y hasta dos siglos. Los carlistas, perfecto precedente revolucionario (aunque no gusten del término), llevan ya dos siglos de espera…

Le dejo las últimas palabras a Brasillach: «Encerrado entre cuatro muros de cemento y sin más esperanza que la de morir bien».

Imagen: Franz Gebhardt-Westerbuchberg, On Guard for Europe.

  1. LBN
    abril 4, 2010 a las 9:49 am

    Se prosigue con la labor en http://labanderanegra.comli.com/

    ¡Gracias y saludos!

  2. Juan Pablo Vitali
    May 3, 2010 a las 4:05 am

    Nadie en su sano juicio, puede pensar que con unos diputados puede cambiarse el sistema, pero ¿Alguien hace algo mejor? no hay fórmulas para ciertas cosas, quizá unos diputados puedan ser útiles, pero eso ya depende de hasta dónde quieran llegar esos diputados. Eso no quiere decir que no recordemos la definición borgeana de democracia: «es un abuso de la estadística».

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